“¿Por qué me quieres?”, te pregunté un día. Y
otro. Y otro… Sin parar a pensar, egoísta de mí, que yo no te había preguntado
en qué lado de la cama preferías dormir. Preferí cederte uno sin preguntar, y
cuando yo pregunté, cediste tú al tiempo la respuesta.
Y es que un “te quiero”
temprano, aunque gratis, sale caro; un “te quiero”, de los de verdad, cuesta
decirlo más que pagar por el precio de 100 fingidos.
Nunca le di más importancia de la que tenía,
preferí cegarme con esa carita que ponías
cuando querías pelea,
con la nieve enredándose en tu pelo,
con los bostezos de cada mañana a tu lado,
con las líneas que dibujaban mis facciones
ante tus “te quieros”.
Sé lo que me dijiste.
Sé que todo ha acabado,
que no puedo seguir llamando algo a lo que no
es.
Es solo que cada vez que intento correr acabo
cayéndome.
Que la prisa de quererte hace que esté
perdiendo la carrera ahora,
y me creo experto en besos de portal,
cuando no quiero que la sombra me cobije.
Caprichos de entretiempo, mientras tomamos
caminos diferentes cada vez que nos cruzamos.
Te voy a contar un secreto.
Desde que ya no estás, tengo miedo a las luces.
Desde que ya no estás, tengo miedo a las luces.
He decidido que no quiero más amores sin boceto…
Que luego
dibujo un amor a besos y se me emborronan los labios.
“Mis manos echan de menos tus manos, mis manos
echan de menos tu piel. Mis manos echan de menos tu pelo y tu cuello… Y mi
dolor echa de menos que me seas infiel”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario