jueves, 19 de septiembre de 2013

Empecé a pensar en escribir esto cuando aún estabas.
Sentado en mi cocina fumando un cigarro bajo la luz observaba las ondas del blanco humo escapar del tabaco ardiendo y pensé, menuda metáfora más afortunada: la vida es como un cigarro encendido, se consume rápido y con cada calada el tiempo pasa y como el humo en tus pulmones, hace que cada vez te quede menos tiempo vivo.
Ya he llorado bastante y empiezo a comprender que ya no estás, aunque no lo entienda del todo y te eche de menos.
La última vez que hablé contigo me preguntaste cuándo iba a volver a España y yo te contesté “pronto”, tú repetiste “pronto” y no me creíste. Lo último que te dije fue una mentira y me duele no haber podido aprovechar esa última llamada para decirte lo mucho que te quiero, para darte las gracias por entenderme, por ser la persona más dulce y buena que he podido conocer nunca. Para recordarte cuando un San Valentín por la noche mis padres fueron a cenar fuera y yo me quedé contigo y con el abuelo, apenas tenía 8 años y estaba acurrucado sobre tu regazo en la mecedora mientras tú me cantabas “a dormir mi nene, que viene el tío y se lleva a los nenes que no han dormio” y yo te contesté: “¡el tío no, abuela!” y comenzaste a reír. Siempre me recordabas ese momento cuando te visitaba… Quería decirte, abuela, que has sido la persona más influyente en mi vida, que gracias a ti adoro escribir y me encanta leer, que gracias a ti soy quien soy ahora mismo. Y puedo estar orgulloso y lo estoy, por haber conocido a alguien como tú.
Jamás olvidaré cuando jugábamos a las cartas juntos y yo escondía una carta para jugar a ese juego que el abuelo detesta y tú te reías y me decías: “shhh, que no se entere el abuelo que ya verás”. O cuando jugábamos a la Brisca y yo tiraba un uno cuando tú habías tirado un tres y me llevaba todos los puntos, siempre me dejabas ganar…
Jamás olvidaré cuando dormía en tu casa y me metía en la cama, venías a darme un beso y desde el umbral de la puerta decías: “con Dios me acuesto…” y yo me veía obligado a contestar, no sin antes protestar por ello, “con Dios me levanto” y ambos al unísono decíamos “la virgen María y el Espíritu Santo” y tú apagabas la luz. Nunca fui muy creyente y después de lo acontecido dudo mucho volver siquiera a intentarlo.
Jamás olvidaré las tardes en la puerta de tu casa jugando con el camión de juguete amarillo que me regalaste, y que siempre me decías “¡hay que mirar antes de cruzar por lo menos cien veces!”.
Tampoco olvidaré entrar por la puerta de tu casa tras tocar el timbre mil veces para que supieses que era yo, que me veas y me digas lo grande que estoy, me toques la cabeza y digas que crezco como los pepinos o que hay que ponerme algo en la cabeza para hacerme más pequeño y me abraces.
Por supuesto no olvidaré tus caramelos de café con leche, sabes, me hubiese gustado poder poner uno en tu mano a modo de despedida la última noche que estuve en el tanatorio, pero no tuve la oportunidad… Espero que entiendas al menos mis intenciones y que entiendas también por qué no pude estar en tu entierro. Es algo que nunca me perdonaré, por más que mi futuro dependa de estar en Austria estudiando, jamás me perdonaré no haber estado en tu funeral, abuela. Lo siento mucho.
Tengo tantas historias que contar que se me van de la memoria…
Estando en el tanatorio, el abuelo sacó la cartera y me dio diez euros, me dijo: “toma, estos son de parte de la abuela” y me hizo llorar, incluso ahora estoy llorando al recordarlo.
¿Quién me va a preguntar si me ha pagado ya mi jefa? ¿Quién me va a decir ahora: "confía en la abuela y saldrás ganando”? ¿Quién me va a decir "vales siete millones cada pelo, y el que quiera que venga y los cuente"? Ya nada volverá a ser como antes...
Siento si alguna vez te he contestado mal, si alguna vez no te he demostrado lo suficiente lo importante que eres para mí, lo mucho que te quiero. Siento que ya no estés aquí y siento aún mucho más, no poder haber hecho nada para remediar tu muerte.
No quise darte un beso la última vez que te vi viva porque estaba resfriado y tenía miedo de que te pusieses peor por mi culpa, pero quedan atrás todos los besos que te he dado, todos los abrazos y todos los que te daré si algún día nos volvemos a ver.
Desearía estar en tu lugar ahora y que tú siguieses aquí, pero no es posible por más que yo pueda quererlo…
Gracias por ser la persona más importante en mi vida, gracias por enseñarme a ser una buena persona, por quererme, por dejarme quererte.

Siempre estarás en mi memoria y mi corazón, abuela, te quiero.