Empecé a pensar
en escribir esto cuando aún estabas.
Sentado en mi
cocina fumando un cigarro bajo la luz observaba las ondas del blanco humo
escapar del tabaco ardiendo y pensé, menuda metáfora más afortunada: la vida es
como un cigarro encendido, se consume rápido y con cada calada el tiempo pasa y
como el humo en tus pulmones, hace que cada vez te quede menos tiempo vivo.
Ya he llorado
bastante y empiezo a comprender que ya no estás, aunque no lo entienda del todo
y te eche de menos.
La última vez que
hablé contigo me preguntaste cuándo iba a volver a España y yo te contesté “pronto”,
tú repetiste “pronto” y no me creíste. Lo último que te dije fue una mentira y
me duele no haber podido aprovechar esa última llamada para decirte lo mucho
que te quiero, para darte las gracias por entenderme, por ser la persona más dulce
y buena que he podido conocer nunca. Para recordarte cuando un San Valentín por
la noche mis padres fueron a cenar fuera y yo me quedé contigo y con el abuelo,
apenas tenía 8 años y estaba acurrucado sobre tu regazo en la mecedora mientras
tú me cantabas “a dormir mi nene, que viene el tío y se lleva a los nenes que no han dormio” y yo
te contesté: “¡el tío no, abuela!” y comenzaste a reír. Siempre me recordabas
ese momento cuando te visitaba… Quería decirte, abuela, que has sido la persona
más influyente en mi vida, que gracias a ti adoro escribir y me encanta leer,
que gracias a ti soy quien soy ahora mismo. Y puedo estar orgulloso y lo estoy,
por haber conocido a alguien como tú.
Jamás olvidaré
cuando jugábamos a las cartas juntos y yo escondía una carta para jugar a ese
juego que el abuelo detesta y tú te reías y me decías: “shhh, que no se entere
el abuelo que ya verás”. O cuando jugábamos a la Brisca y yo tiraba un uno
cuando tú habías tirado un tres y me llevaba todos los puntos, siempre me
dejabas ganar…
Jamás olvidaré
cuando dormía en tu casa y me metía en la cama, venías a darme un beso y desde
el umbral de la puerta decías: “con Dios me acuesto…” y yo me veía obligado a
contestar, no sin antes protestar por ello, “con Dios me levanto” y ambos al
unísono decíamos “la virgen María y el Espíritu Santo” y tú apagabas la luz.
Nunca fui muy creyente y después de lo acontecido dudo mucho volver siquiera a
intentarlo.
Jamás olvidaré
las tardes en la puerta de tu casa jugando con el camión de juguete amarillo
que me regalaste, y que siempre me decías “¡hay que mirar antes de cruzar por
lo menos cien veces!”.
Tampoco olvidaré
entrar por la puerta de tu casa tras tocar el timbre mil veces para que supieses que era yo, que me veas y me digas lo grande que estoy, me toques la cabeza y
digas que crezco como los pepinos o que hay que ponerme algo en la cabeza para
hacerme más pequeño y me abraces.
Por supuesto no
olvidaré tus caramelos de café con leche, sabes, me hubiese gustado poder poner
uno en tu mano a modo de despedida la última noche que estuve en el tanatorio,
pero no tuve la oportunidad… Espero que entiendas al menos mis intenciones y
que entiendas también por qué no pude estar en tu entierro. Es algo que nunca
me perdonaré, por más que mi futuro dependa de estar en Austria estudiando,
jamás me perdonaré no haber estado en tu funeral, abuela. Lo siento mucho.
Tengo tantas
historias que contar que se me van de la memoria…
Estando en el
tanatorio, el abuelo sacó la cartera y me dio diez euros, me dijo: “toma, estos
son de parte de la abuela” y me hizo llorar, incluso ahora estoy llorando al
recordarlo.
¿Quién me va a preguntar
si me ha pagado ya mi jefa? ¿Quién me va a decir ahora: "confía en la abuela y
saldrás ganando”? ¿Quién me va a decir "vales siete millones cada pelo, y el que quiera que venga y los cuente"? Ya nada volverá a ser como antes...
Siento si alguna
vez te he contestado mal, si alguna vez no te he demostrado lo suficiente lo
importante que eres para mí, lo mucho que te quiero. Siento que ya no estés
aquí y siento aún mucho más, no poder haber hecho nada para remediar tu muerte.
No quise darte un
beso la última vez que te vi viva porque estaba resfriado y tenía miedo de que
te pusieses peor por mi culpa, pero quedan atrás todos los besos que te he
dado, todos los abrazos y todos los que te daré si algún día nos volvemos a
ver.
Desearía estar en
tu lugar ahora y que tú siguieses aquí, pero no es posible por más que yo pueda
quererlo…
Gracias por ser
la persona más importante en mi vida, gracias por enseñarme a ser una buena
persona, por quererme, por dejarme quererte.
Siempre estarás
en mi memoria y mi corazón, abuela, te quiero.