Capítulo 17
Llego a casa y le pido a la gente que me dejen a solas con
mi madre.
-No, por favor… Dime que no era él... Dime que no era tu
hermano. –No le contesto y eso hace que ella se derrumbe y rompa a llorar
desconsolada y es normal... Su marido y uno de sus hijos han muerto muy
recientemente para ella, justo ahora que se estaba recuperando de su primera
pérdida la muerte de mi hermano le llega como un jarro de agua fría avisándole
de que esto es la vida y nos jode a todos.
-¡Eh, no! ¡No puedes venirte abajo! Te lo prohíbo, ahora
tienes un nieto que cuidar y yo voy a estar ahí siempre, sin falta. No puedes
volver a como estabas hace unos meses. –Se recompone un poco y se da cuenta de
que tengo razón en lo que digo.
Pasa un día y tras mucho dialogar y convencer a gente
conseguimos quedarnos con Carlos, vamos todos al entierro de David pero nadie
llora excepto mi madre. Los padres de Marina están allí también y me sorprende
el valor que tienen de venir al entierro del hombre que ha matado a su hija, en
el fondo se alegran porque esté siendo enterrado, pero es un mensaje para mi
familia, un mensaje que nos une a pesar de las circunstancias: Carlos.
Pasan unos días más y Thomas y yo decidimos apurar nuestro
tiempo juntos. Salimos a cenar, hacemos todas las cosas que no habíamos hecho
hasta ahora por quedarnos a dormir juntos todas las noches, que no es tiempo
desperdiciado ni de coña vamos. Bree y Edu son más felices incluso que
nosotros, son la pareja perfecta, es decir, lo que todos esperarían en una
película: el chico guapo con la chica guapa y saltan chispas. Aparte de su
belleza natural se quieren por su forma de ser y lo demuestran cada vez que se
ven, en cada esquina, en cada puerta, a cada paso que dan, vamos… Que lo
demuestran hasta demasiado.
Quedan dos días para que Thomas se vaya a Alemania y estamos
Edu, Bree, Tom y yo comprándole ropa a Carlos en el centro comercial. Cuando
vamos a pagar la ropa que hemos cogido, echamos la vista atrás y vemos a Edu y
Bree sujetando una camiseta de bebé y sonriendo.
-Como se os pase por la cabeza la mera idea de que Bree, por
accidente o sin ser un accidente se quede embarazada os mato a los dos. –Les
digo cuando me acerco.
Volvemos a casa y le probamos la ropa a Carlos que está aún
más adorable que nunca. Tomo un baño de espuma en mi aseo fumando un poco y
escuchando You know I’m no good de Amy Winehouse y una larga lista de canciones
suyas. Me planteo seriamente mi vida sin él mientras los cigarrillos van
consumiéndose poco a poco entre mis dedos, uno tras otro. Supongo que estaría
triste un par de meses, sin que se me notase, por supuesto. Después empezaría a
salir con alguna chica cualquiera del trabajo y podría crear una familia, sería
infeliz pero es lo que hacemos todos los humanos. Salgo de la bañera y me quito
la espuma de mi cuerpo con la toalla mientras sostengo entre mis labios un
cigarro, lo apago y lo tiro al váter. Antes de salir del baño me echo por
encima un poco de felicidad de bote, es decir, falsa, intentando tapar la
amargura que sustenta mi alma estos momentos. Y ahí voy, infeliz pero mostrando
mi mejor sonrisa, a meterme en la misma cama que él cuando sé que ésta será
nuestra última noche. Me tumbo pasivo a su lado dándole la espalda, es solo el
roce de su dedo bajando por mi columna el que me hace romper en mil pedazos y
llorar.
-Eh, eh, no quiero que llores.
-Para ti es fácil, eres guapo, podrás encontrar a otro que
te quiera. Yo me tendré que conformar con alguna del trabajo y seguro que es
fea. –Digo hablando como un niño pequeño cuando tiene un berrinche.
-El caso es que yo no quiero encontrar a nadie que no seas
tú. Si me esperas yo te esperaré por siempre. Te lo juro.
-Sabes que lo haré, el problema es que tú no lo harás.
-Si, si lo haré. Por ti si.
La noche se me pasa enseguida y llega la mañana. Me levanto
antes que él y voy a la tienda a comprar donuts de chocolate para que se
despierte por lo menos de buen humor. Cuando vuelvo a casa los pongo en una
bandeja con un zumo de sandía en el centro (había pensado ponerle una rosa,
pero, ¿qué hay mejor que un zumo de sandía?) y se lo subo a la habitación. Le
despierto y mira asombrado la montaña de donuts que hay en la bandeja.
-Anoche estuve trabajando hasta tarde y he conseguido
reconstruir las doce fábricas que se incendiaron, ¿sabes? Me han dado esto como
recompensa. –Le digo mostrándole una sonrisa y ocultando mi tristeza, cada
minuto que corre me voy muriendo un poco más por dentro.
Desayunamos juntos por última vez le ayudo a preparar la
maleta.
-¿Me acompañarás al aeropuerto?
-No puedo, tengo que arreglar unos papeles para el trabajo.
–Mentira.
-Ah bueno... –Los siguientes minutos son muy incómodos y nadie
habla hasta que llegan las despedidas.
Bajamos con las maletas al piso de abajo y estaban Susanne,
Eric, Bree y el resto de mi familia para despedirse. Hay llantos, hay risas,
abrazos, besos…
-Como vuelva de Alemania y tenga otro sobrino te corto los
huevos. –Le dice a Edu antes de irse y éste se ríe.
Estamos ambos en el portal, Thomas y yo, ahora toca nuestra
despedida, la peor de todas.
-¿Me esperarás? –Comienza Tom.
-Por supuesto que lo haré… Te echaré mucho de menos, ¿lo
sabes no?
-Y yo a ti corazón… ¡Ah espera! –Dice y se mete corriendo a
la casa, cuando vuelve trae consigo el peluche de corazón, el de las babas, el
original.
-¿Es para mí?
-Si, quiero que te lo quedes tú. –Le beso poniéndole mi mano
sobre su cuello, el corazón de peluche se interpone entre nuestros cuerpos y
derramo una lágrima que moja nuestros rostros aún juntos al oír el coche que
viene a recogerle.
-Te quiero.
-No más de lo que yo te quiero a ti. –Concluye cerrando la
puerta del coche.
Nuestras miradas se siguen la una a la otra en lo que el
vehículo recorre una corta distancia y perdemos el contacto.
Y después de todo, de todos mis sueños seguías siendo sólo
tú.
Afuera llueve y una gotera moja mi almohada vieja. Vale, es
mentira, no llueve, hace un sol del carajo y calculo que estaremos cercanos a
los 40 grados, pero llueve en mi interior dejando caer el rocío de mil sueños
sobre mis mejillas.
¿Y ahora qué, qué se supone que debo hacer si he perdido la
razón de mi existencia y con ella todas las ganas de vivir? Tantos planes que
no se cumplirán… Mi ojos claros estará subiéndose a un avión en cosa de una
hora quizás dos y yo estoy aquí tirado en la cama llorando. ¡NO! No me da la
gana, me digo a mí mismo.
-Tú, si, tú, el que
está escribiendo esto ahora mismo. Sé que puedes leer lo que estoy diciendo y
hacer que Tom vuelva a mi lado. –Grita al cielo Diego.
-¿Me estás hablando a mí, Diego? –Digo yo.
-Si, haz algo ahora mismo y tráeme a Thomas a mi lado, es
una orden.
-¿Orden? Yo te he hecho ser quien eres, no puedes exigirme
nada, si quiero ahora mismo puedo hacer que el aeropuerto explote. –Eso hace
que Diego recapacite.
-Está bien… Lo primero es lo primero, tú sabes quién soy y
me conoces a la perfección, pero yo no sé nada de ti. ¿Cómo te llamas?
-Juan Antonio. –Le digo.
-Vale, Juan Antonio… ¿Por qué te empeñas en alejar a Thomas
de mí? Sabes que eso no le va a gustar a los lectores.
-Es lo que tengo que hacer Diego,
no voy a escribir el típico romance que dura para siempre… Por una vez quiero
que una de mis historias no acabe de una manera feliz.
-Que no sea ésta por favor… Ya sé,
te daré todos mis zumos de sandía, es lo mejor que puedo ofrecerte.
-Mira ves, eso me va gustando más.
Realmente me da pena… Me he esforzado tanto para que seáis tan felices para
estropearlo todo ahora... Abre la puerta, tienes visita. –Le digo.- Como este
final no le guste a la gente vuelvo y os mato a todos, que lo sepas. Ah, mis
zumos de sandía los quiero.
-No defraudará a nadie y
tranquilo, los tendrás. –Dice con una sonrisa en la cara bajando las escaleras.
Diego corre todo lo rápido que
puede y abre la puerta justo unos segundos antes del sonido del timbre, se
abalanza sobre Thomas y le tira sobre su maleta comiéndoselo a besos. Si no
llega a ser Thomas y es el cartero, por ejemplo, me hubiese reído mucho de la
situación pero en fin, con los zumos de sandía no se juega.