jueves, 25 de diciembre de 2014

Si me escupes, que sea en la cara y no en la espalda.

Me estoy cansando de miradas acusadoras, de palabras en voz baja que esconden miedos, del frío en los dedos. 
Me canso de cambios que no cambian y me canso de esperar a que cambien. 
Me canso tanto que cede mi personalidad y me convierto en un desgraciado como vosotros. Un desgraciado más que busca partir labios que osan humillarme. 
Me estoy cansando de ti, España, de que me escupas por la espalda y salgas corriendo.
Me estoy cansando de mí, gilipollas, de limpiarme las babas de una sociedad corrosiva. 
Te estoy llamando a ti.
A ti, que te indignas cuando demuestro mi amor.
A ti, que criticas con la mirada lo que deseas y no consigues.
A ti, que te dedicas a mirar con envidia lo que no tienes. 
A ti, que criticas ingenuo lo que no comprendes.
A ti, que te dedicas a vivir de la vida de los demás. 
A ti, especialmente a ti, que te den por el culo y no te guste.

sábado, 30 de agosto de 2014

Gerontofobia

Pasan los días desde que cumplí la mayoría de edad. 
Mucha gente me decía que todo iba a ser lo mismo, que no entendían esas ansias mías por ser mayor de edad. Yo lo veía como un salto hacia la libertad con mi nueva circunstancia legal en la nación española, como si las normas que mis padres me llevan imponiendo durante toda mi vida, de repente fuesen a variar de algún modo adaptándose a mi condición de adulto o semi-adulto. Ahora que pasan los días veo ese salto hacia la libertad como un salto al vacío: las normas siguen siendo las mismas, pero las obligaciones han cambiado. Busca un trabajo, gestiona tu dinero de una manera prudencial, sácate el carnet de conducir... Pero no es de eso sobre lo que vengo a hablar hoy.
Hará en unas semanas el aniversario de la muerte de mi abuela Encarna, quedando mi abuelo como el único padre de mis progenitores en vida. Me ha dado por pensar en qué pasará cuando él me falte, cuando mis padres sean los únicos que tenga sobre mí en mi imaginario árbol genealógico, cuando ellos se conviertan en los abuelos que mis hijos o los de mi hermana echen de menos cuando mis padres mueran, y me he dado cuenta de la gran magnitud del paso del tiempo, que nos deja cada vez más solos. 
Pondré un ejemplo para intentar explicar mis pensamientos: estoy en una piscina enorme, llevo una pequeña parte de la vida, y de la que me queda por vivir, nadando. Persiguiendo a mis padres y a mis abuelos, que nadan hacia las escaleras para salir del agua.
Mi abuelo Alonso salió del agua.
Mi abuela María salió del agua.
Mi abuela Encarna salió del agua.
Mientras, mi abuelo Francisco sigue nadando y mis padres tras él. 
Llegará el día en el que salgan de la piscina y yo me quede nadando a la par de mi hermana, sin nadie delante que me pueda enseñar el camino para llegar a las escaleras sin ahogarme antes.
Llegará el día en el que alguien me siga a mí mientras nado y, sinceramente, tengo miedo de que mis indicaciones guíen a alguien por la dirección equivocada.
Tengo miedo de no ser capaz de llegar a las escaleras, de desistir a medio camino, de caer en el olvido. 
Tengo miedo de hacerme mayor, de madurar, de ser alguien y creer que no soy nadie.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿Y si apagamos las luces y jugamos a buscarnos?
A buscarnos en la oscuridad de tus ojos marrones, a fundir nuestra mirada frente a frente en un abrazo que nos haga ser uno solo.
Imploremos a la noche un soplo de aire fresco que avive nuestros fuegos internos... Ardamos juntos a la luz de la luna, y cuando esta, celosa de nuestro amor, se marche y venga el sol, huiremos juntos persiguiéndola hacia el horizonte.
¡Que se muera la eterna luna que no encontró el amor! Que el cielo no es suyo, ni del sol, que nos pertenece a nosotros dos.

domingo, 24 de agosto de 2014

Hay gente que vive en distintas realidades a la mía, para explicar esto diré que en mi realidad, yo soy un adolescente en una de esas bicicletas de niño pequeño con un asa en la parte de atrás, propulsado por un adulto, creyendo ingenuo de mí que soy yo quien elige la dirección a la que voy, que soy yo el que se mueve pedaleando.
Para explicarlo de otro modo: un arnés que me sujeta ante posibles caídas, me siento seguro con él, pero reduce mi movilidad de una manera considerable. Intento escalar la montaña que es mi vida, aún me queda mucho para llegar a la cima, y ante cada desvío de la senda que me lleva directamente a la cima, noto un tirón del arnés indicándome que esa no es la senda que debo seguir, y aunque quiera escoger otro camino, el arnés me aprieta y la cuerda de seguridad tira de mí hacia abajo.
Otra realidad es la de la persona que tira de mi cuerda, que dirige mis movimientos en el triciclo, que cree hacer lo mejor por mí llevándome por la acera y no por la carretera, que cree que si me detengo para tomar fotos del paisaje en otro camino que no es el mío, debo volver inmediatamente a mi rienda.
Todos vivimos realidades independientes, pensamos de una manera diferente… Hay veces que me apetece tomar fotos del paisaje, arriesgarme a ir por la carretera y no la acera… Y aunque todo esto son metáforas, el arnés me aprieta cada vez más mientras intento crecer como persona, mientras intento darme cuenta de que si no quiero que me atropellen debo ir por la acera.

Seguiré el camino que crean correcto para mí, intentaré cambiar mi camino cuando se crean confiados de que he aprendido la lección, e intentaré no convertirme en una marioneta más.

lunes, 21 de julio de 2014

Contigo no se puede conducir.
No.
Haces que cada carretera convencional no lo sea y aumentas la velocidad poniéndome en riesgo. Poniéndome en riesgo de enamorarme más, y más, y aumentan los kilómetros/hora y las horas corren cuando estoy contigo.
Y me paran.
Y me multa la envidia de la gente por cogerte de la mano.
Y seguimos corriendo, y te beso, y me besas.
Nos besamos.
Bajo el techo del coche nos miran las estrellas celosas y salgo a respirar al exterior, salgo de mi burbuja de cristal empañado y el viento choca con cada parte de mi cuerpo haciéndome sentir más vivo.
Colisión frontal…
Lateral…
Trasera…
Me choco de nuevo contra tus mejillas.
Y la luna se rompe cuando me escucha gritar.
Y se caen las estrellas.

Y yo muero abrazado a ti, y vuelta a empezar. 

jueves, 5 de junio de 2014

El espíritu apolíneo y el dionisíaco.

Muchos no recuerdan el momento en el que empezaron a madurar. Yo sí, y en mi caso, fue de golpe y lo supe desde ese mismo momento.
Acababa yo de adoptar a la que fue mi perra hasta hace más bien poco, y salí a jugar con ella y con mis vecinas a la puerta en una tarde de verano. Jugaba con un balón de fútbol (inusual en mí lo del ejercicio físico) y di muestras de mis proezas deportivas rompiendo el cristal de la ventana de mi vecina. Asustado, como cualquier crío ante las posibles represalias de mi madre, salí corriendo hacia mi casa y saqué a mi perra “a pasear”, pensando que un cachorro de apenas dos meses podría defenderme ante mi vecina o ante la cólera de mi madre. Nada ocurrió. La tarde siguiente, airoso del incidente, decidí salir de nuevo. Me crucé con mi vecina que se acercó y me dijo: “¿Tú sabes quién ha roto el cristal de mi aseo?” y yo, que aún tenía las patas más cortas que las mentiras que hasta entonces había contado, decidí echarle valor y contar la verdad. “Fui yo”, dije, “fue sin querer, y me daba vergüenza decírselo por si mi madre me renegaba…”. La mujer, en puesto de echarme la bronca, me dijo que no pasaba nada, que un accidente lo puede tener cualquiera, y yo, contento por mi valentía se lo conté a mi madre. Craso error. Desde entonces comenzó en la actitud de mi madre un gran cambio hacia mí. No me renegó, si os lo preguntáis, al contrario, me felicitó y me dijo que eso era lo que tenía que hacer, y que teníamos que pagar lo roto. Nunca lo pagamos, no por falta de insistencia de parte de mi madre hacia la vecina, sino porque ella dijo que no tenía importancia, y, hasta hace unos meses, el cristal de la ventana seguía roto. Años y años después mirando a ese cristal rectangular en una pendiente diagonal… Desde entonces comenzaron a tratarme como a un adolescente, y no como a un niño. Desde entonces comenzaron las exigencias de madurez por parte de todos: colegio, familia…

Echo de menos ser un niño al que no le importaba romper ventanas, rasparse las rodillas con las caídas, no combinar la ropa ni preocuparme por qué dirán de mí, por las responsabilidades que me impone el espíritu apolíneo que me obliga a razonar y pensar antes de actuar. Echo de menos irme sin decir a dónde voy, no tener móvil y ser feliz, ser un niño y que el espíritu dionisíaco impere en mí. Ahora ya es demasiado tarde para dar marcha atrás, supongo…

jueves, 1 de mayo de 2014

La agarró fuertemente con sus varoniles manos y la postró contra el cristal de la mesa. Rompió el envoltorio que anticipaba el placer con los dientes, y lo clavó hasta lo más hondo, lo sacó y observó unas gotas rojas que arrastró hasta sus labios para degustar su agria recompensa. Lo volvió a introducir, esta vez suavemente y se fijó en como se retorcía. Rápido la asió con sus manos para que no cayese y consiguió terminar su labor. Extrajo el tapón y se sirvió una copa de vino mientras encendía el televisor, sacacorchos en mano, y dispuesto a pasar una noche más con ella: la botella.

sábado, 19 de abril de 2014

Empezaré diciendo que no sé qué me pasa. Que este no soy yo.
No sé qué me pasa. No puedo escribir como antes.
Desde hace unos meses he estado sufriendo muchos, muchísimos cambios, todos a mejor. Mi vida se está enderezando y no sé vivir bien. No sé vivir siendo feliz. Toda mi vida he tenido sentimientos negativos, sentimientos contradictorios, siempre que he tenido momentos buenos en mi vida me he dicho a mí mismo que algo malo iba a ocurrir. Ahora no. Ahora me siento optimista, sé trabajar con mis problemas, conozco mis defectos y mis virtudes y sé valorarlos.
No sé qué me pasa: me siento delante del papel pretendiendo escribir como siempre, escribir las cosas que me caracterizan como escritor y de la misma manera que siempre, pero no me sale. Siempre me he desahogado escribiendo sobre muerte, soledad… Sobre temas depresivos… Y ahora que mis circunstancias son otras, no sé sobre qué escribir.
Ser feliz está jodiendo lo único que me gustaba de mí.
No termino de ver la vida en color rosa, aún tengo esa mancha negra que es para mí mi escritura, pero esa mancha es demasiado pequeña ahora…
No sé si quiera por qué escribo esto… Considerémoslo una disculpa hacia quienes me leen y una disculpa hacia mí por lo que pueda escribir con estos sentimientos.
Bécquer decía: “cuando siento, no escribo”. Pues a mí me pasa lo contrario: cuando siento, en este caso, cuando me siento mal, escribo. Y me siento mal por no sentirme mal y no escribir.

No sé… Es complicado.

lunes, 14 de abril de 2014

Encarna Ruiz López
C.P 16913
Calle de la injusticia número 76
Mi corazón, Murcia, España.
Abuela,
Miro tu retrato, tu reloj de pulsera, es lo único que me queda de ti. Nadie se imagina las horas que he pasado intentando detenerlo, darle cuerda hacia atrás. Pero no se puede recuperar el tiempo perdido, y el tiempo que paso intentando frenarlo es tiempo que paso pensando en ti. Y me da fuerzas para volver a intentarlo, intentar parar el tiempo, volver a aquellos días en los que me dormía sobre tu regazo, días de alegría e inocencia. Volver a aquellos días en los que de sol a sol jugábamos juntos y de luna a luna me arropabas. Queridísima y amada abuela, estoy a punto de caer. No estoy hecho para mí, necesito compartirme contigo.
El techo de mi cuarto me cuenta tantas historias en la oscuridad... ¿En eso has quedado? Tú, que has sido lo más grande del mundo y el mundo se te ha quedado pequeño. Cuando te miro comprendo entera la vida, pero no la mía. Te pido egoístamente que te levantes y vuelvas a mí, enséñame de nuevo a sonreír, abuela.
Visito tu casa y abrazo tu lápida, pero el mármol, por más tiempo que roce mis mejillas húmedas, no da el calor de tus abrazos y no consuela, no me defiende cuando tengo problemas, ni llena el vacío que dejaste en mí. Vacío lleno de recuerdos incompletos por una memoria que empieza a fenecer. ¿Por qué, por qué tú? A veces te odio por irte sin decir nada y a veces te adoro por esperarme. Recuerdo hablarte y besarte en la cama del hospital. Me pregunto si me escuchaste y si harás lo que te dije. ¿Me esperarás? Allá donde vayas y el tiempo que haga falta, ¿lo harás? ¿Supiste que te quise? Me arrepiento de tantas cosas, abuela... Daría mi vida porque volvieses un minuto, sólo pido un minuto, para que pudiese decirte que eres lo mejor que ha existido, que de nada sirven los estudios y que los dejaría ahora mismo si supiese que me podría parecer lo más mínimo a ti, que te quiero, que te quiero, ¡QUE TE QUIERO! Y abrazarte y no dejarte escapar, y si te vas te acompaño, diremos a todos que vamos a comprar el pan o al parque, como hacíamos antaño con esa complicidad que nos caracterizaba. Abuela, te lo imploro... ¡Ven a mí! Sal de mis sueños y ven a mí. Deja lo que estés haciendo, donde quiera que estés. Tu nieto va de camino a tocarte el timbre mil veces, aunque la puerta esté abierta; tu nieto va a buscarte donde quiera que estés y va a darte un abrazo. E, incluso, si estás de espaldas sabrás quién soy, porque con ese abrazo te intentaré transmitir todas las palabras que escribir no puedo; todas las imágenes que aún tengo de ti. No las quiero, ¡llévatelas! Vamos a crear unas nuevas juntos.
Eres la mujer más fuerte que jamás he conocido. La más pícara, la más luchadora, la más leal e inteligente. La misma mujer que aprendió a leer sola y devoraba todos los libros que su nieto le traía. La mujer que sin necesitar título alguno podría haber pagado las pensiones de toda España y la misma mujer que tenía tiempo para hacer felices a todos. Una gran mujer me dijo una vez: "tu hermana vive en Murcia, por lo que no la ves todos los días, pero sabes que está ahí. Igual pasa con la gente que muere, tienes que pensar que viven muy lejos, y que, mientras estén en tu pensamiento, como lo está tu hermana, seguirán ocupando un lugar entre los vivos en tu mente y en tu corazón". Tomé aquello como una verdad y me aferré a ella como única escapatoria. Ojalá que fuese cierto que sólo vives lejos y no que ya no estás. Si vives lejos, por favor, dame tu dirección, déjame visitarte aunque tenga que ir andando de un lado al otro del mundo. Mientras tanto seguiré mandándote cartas donde siempre. Si, por el contrario, no estás aquí físicamente, leeré esto noche tras noche, con la esperanza de que llegue a la parte de mi corazón donde tú estás y vuelvas, aunque sea a darme un beso de buenas noches cuando esté dormido.

Tu nieto, el pequeño al que hiciste tan grande.

lunes, 10 de marzo de 2014

No sé si es el frío, o la soledad, o las canciones que escucho, lo que empapa mis huesos y me hace tiritar. Ecos que me hacen meditar y entrecortan mis pensamientos y respiración. Tirito ahora más y escucho en el silencio las voces que me recuerdan las cosas que hago mal, las que he hecho mal y las que haré mal. He vivido llevando los problemas de los demás por delante y he olvidado los míos en los rincones más oscuros de mi ser. A veces vuelven, como hoy, y me saludan, me recuerdan que siguen ahí y esperan pacientemente a que termine de solventar los problemas de los demás y me plante frente a ellos como ante un plato de verduras: sabes que te lo tienes que acabar entero y que a la larga será beneficioso para ti. Me da miedo comerme mis problemas... ¿Qué soy yo sin ellos más que un humano cualquiera? Ya me he acostumbrado a verlos amontonados en el rincón más frío de mi alma, y en noches como esta me acerco sin compañía a visitarles y me reciben con el duro helor glacial de la realidad. Y cuando digo que hoy no es mi día, es que hoy toca comer verduras. Y siempre me dejo trozos, los más grandes para otro día, hasta que estos pasan a ser los trozos más pequeños de mi plato que nunca deja de llenarse.

martes, 25 de febrero de 2014

Respiré de tu voz, y tus labios junto a los míos guiaban palabras que nunca terminé de creer mientras tu lengua tañía dentro de mi boca. Siempre pesarán más los contras que los pros en cuanto a lo que nos concierne, y si algún día me acompaña la suerte es que algo malo viene detrás. Y volverá el sol de frente mientras busco un mechero para mi cigarro, y sigo andando mientras pienso en que el mechero no da el calor que me dabas tú. Y volveré a ser el mismo que se preguntaba si está feo eso de rascarse los huevos delante de alguien. Y volveré a pensar en las horas que gasto pensando en ti, y pienso en malgastar esas horas pensando en si está mal o no estrujarse el escroto frente a alguien. Y volveré a mi anormal normalidad buscándote entre mis sábanas y rascándome las pelotas donde nadie me ve ni me juzga.

lunes, 10 de febrero de 2014

A mi mejor amiga

Ya no se escucha el sonido de la máquina de coser, la televisión, ni el de la radio de fondo decorando con su melodía el laborioso trabajo. Ya nadie levanta la persiana ni te saluda desde su interior con el humo bailando entre los barrotes. Humo de un cigarro al que nunca se le caía la ceniza en manos de su madre, de mi segunda madre.

Ella ríe, pero también llora. Quien ha sido soporte mío durante incontables años, requiere ahora de un soporte que la sustente. Y en eso consiste la amistad, en tener soportes. En tener a alguien siempre ahí. Alguien que te recuerde lo maravillosa que era la persona que has perdido, para que sus imágenes no se mezclen con tu imaginación, alguien que suavemente te coja de los pies y te baje de nuevo a tierra firme para darte un abrazo y ofrecerte un lugar donde cobijarte. Yo he tenido eso durante muchos años y he aprendido de ello para poder ponerlo en práctica ahora. No sé si mi altura te permitirá tener un hombro donde llorar, pero mis largos brazos pueden rodear tu cuerpo cuando quieras; mis dedos enjugar tus lágrimas y mis labios besar tus mejillas; mi voz y mi mente aconsejarte desde el corazón para que todos los días escuches de nuevo el sonido de la máquina de coser, el sonido de la televisión encendida y la radio de fondo. Estaré ahí para que día a día levantes la persiana junto a mí, hasta que un día puedas hacerlo tú sola, hasta que puedas ver que no hay nadie tras los barrotes y recuerdes únicamente lo bueno que ha dejado en ti y aprendas a valorar lo buena que eres. Te quiso mucho y ahora me toca a mí, a tu familia y a todos tus amigos, recordarte día a día que te queremos, para así, cuando no estemos, no tengas duda alguna de que te mereces lo mejor y que con la cabeza alta se ve un horizonte más amplio. Te quiero mucho.

domingo, 9 de febrero de 2014

Hablando con mi madre sobre mi nacimiento, me comentó que antes de mí tuvo un aborto. Un pequeño bebé estaba creciendo en su interior, y con apenas un mes su breve existencia se desvaneció. Que mi madre tuvo un aborto ya lo sabía, era algo que mi hermana me había gritado durante una pelea en nuestra infancia: “no deberías estar aquí” o algo así. Fue algo que me marcó desde que me explicó el por qué.
Hoy te escribo a ti, hermano, o hermana. Voy a suponer que eras un varón, no sé por qué, pero habita en mí ese presentimiento.
Mi infancia no fue y fue a ratos lo más feliz de mi vida, y durante esos años pensé mucho en ti. Te olvidé y esta noche te recuerdo. Si hubieses nacido te hubiesen llamado Juan Antonio seguro, y ese hecho me lleva a pensar, no sé si equivocadamente o no, que no soy más que un usurpador y estoy ocupando tu vida. Ahora podrías tener dieciocho, diecinueve o quizás veinte años, tendrías un coche y conducirías, suponiendo que te hubiesen dado la misma educación que a mí, con precaución pero disfrutando de cada metro de la calzada, con el aire peinando tu cabello y quizás con alguien que ocupase tu asiento de copiloto; saldrías de fiesta; tendrías miles de amigos y serías feliz recordando las peleas con Marien, seguro que te hubieses peleado con ella tanto o más que yo.

En los momentos más infelices de mi amarga pubertad pienso que estoy desaprovechando tu vida, que no debería estar aquí. Pero si te das cuenta uso verbos condicionales en este escrito. Todo son suposiciones, ya que el que está aquí, no sé si por suerte o por desgracia, soy yo. Tu muerte, no sé si decir tu muerte, ya que no llegaste a nacer, me ha permitido llegar hasta aquí, tener los amigos que tengo y una familia que me encantaría que conocieses, tu familia. Hubieses sido muy feliz y es por eso que cada vez que sonrío, una décima parte de mi sonrisa te corresponde. El resto a la abuela. Te envidio ahora mismo, porque al escribir abuela me he dado cuenta de que puede que estés con ella ahora, que te esté dando el amor de la familia que nunca te vio nacer. Aprovéchalo. Mi abuela es el regalo que te ofrezco por darme tu vida y si lo piensas bien, yo mismo te acabo de regalar mi vida. Cuídala mucho, hermano.

martes, 21 de enero de 2014

Soñó que de una vez recuperaba todas las horas de sueño perdidas. Horas que pasaba entrelazado a los clavos que atravesaban las falanges de sus dedos, mientras una fina hoja de papel rasgaba la carne entre éstos. Sus problemas caían como una gota constante de agua sobre su cráneo y traspasaban el hueso. Su cama se había convertido en el toro de bronce, y estas horas de almohada empapada, como sus problemas, derretían su piel. Podía oler el dolor de su subconsciente. Se sentía como un hereje con el tenedor bajo la barbilla, temiendo siquiera respirar. Rogaba piedad a un inquisidor inexistente. “¡Mátame!” gritaba y se despertaba sobresaltado. Había esperado mucho tiempo al cese de sus pesadillas y ya había perdido la fe. Aunque cada mañana al despertar, las marcas de la tortura que el pensamiento era, únicamente se veían reflejadas bajo sus ojos con un múrice marcado. Cada noche se convertía en una tortura, tortura de errores cometidos, errores pasados que nunca pasan y te acechan. Soñó que de una vez recuperaba todas las horas de sueño perdidas, y ni el sueño eterno alivió su pesar. Esperaba a la capa y a la guadaña y se dijo a sí mismo que el óbito conllevaría castigos allá donde fuese, mas los aceptó con el conocimiento de que no hay mayor castigo que el que uno mismo se impone, y se dejó marchar.