Ya no se escucha
el sonido de la máquina de coser, la televisión, ni el de la radio de fondo decorando con su melodía el laborioso trabajo. Ya nadie levanta la persiana ni
te saluda desde su interior con el humo bailando entre los barrotes. Humo de un
cigarro al que nunca se le caía la ceniza en manos de su madre, de mi segunda
madre.
Ella ríe, pero
también llora. Quien ha sido soporte mío durante incontables años, requiere
ahora de un soporte que la sustente. Y en eso consiste la amistad, en tener
soportes. En tener a alguien siempre ahí. Alguien que te recuerde lo
maravillosa que era la persona que has perdido, para que sus imágenes no se
mezclen con tu imaginación, alguien que suavemente te coja de los pies y te
baje de nuevo a tierra firme para darte un abrazo y ofrecerte un lugar donde
cobijarte. Yo he tenido eso durante muchos años y he aprendido de ello para
poder ponerlo en práctica ahora. No sé si mi altura te permitirá tener un
hombro donde llorar, pero mis largos brazos pueden rodear tu cuerpo cuando
quieras; mis dedos enjugar tus lágrimas y mis labios besar tus mejillas; mi voz
y mi mente aconsejarte desde el corazón para que todos los días escuches de
nuevo el sonido de la máquina de coser, el sonido de la televisión encendida y
la radio de fondo. Estaré ahí para que día a día levantes la persiana junto a
mí, hasta que un día puedas hacerlo tú sola, hasta que puedas ver que no hay
nadie tras los barrotes y recuerdes únicamente lo bueno que ha dejado en ti y
aprendas a valorar lo buena que eres. Te quiso mucho y ahora me toca a mí, a tu
familia y a todos tus amigos, recordarte día a día que te queremos, para así,
cuando no estemos, no tengas duda alguna de que te mereces lo mejor y que con
la cabeza alta se ve un horizonte más amplio. Te quiero mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario