martes, 25 de febrero de 2014

Respiré de tu voz, y tus labios junto a los míos guiaban palabras que nunca terminé de creer mientras tu lengua tañía dentro de mi boca. Siempre pesarán más los contras que los pros en cuanto a lo que nos concierne, y si algún día me acompaña la suerte es que algo malo viene detrás. Y volverá el sol de frente mientras busco un mechero para mi cigarro, y sigo andando mientras pienso en que el mechero no da el calor que me dabas tú. Y volveré a ser el mismo que se preguntaba si está feo eso de rascarse los huevos delante de alguien. Y volveré a pensar en las horas que gasto pensando en ti, y pienso en malgastar esas horas pensando en si está mal o no estrujarse el escroto frente a alguien. Y volveré a mi anormal normalidad buscándote entre mis sábanas y rascándome las pelotas donde nadie me ve ni me juzga.

lunes, 10 de febrero de 2014

A mi mejor amiga

Ya no se escucha el sonido de la máquina de coser, la televisión, ni el de la radio de fondo decorando con su melodía el laborioso trabajo. Ya nadie levanta la persiana ni te saluda desde su interior con el humo bailando entre los barrotes. Humo de un cigarro al que nunca se le caía la ceniza en manos de su madre, de mi segunda madre.

Ella ríe, pero también llora. Quien ha sido soporte mío durante incontables años, requiere ahora de un soporte que la sustente. Y en eso consiste la amistad, en tener soportes. En tener a alguien siempre ahí. Alguien que te recuerde lo maravillosa que era la persona que has perdido, para que sus imágenes no se mezclen con tu imaginación, alguien que suavemente te coja de los pies y te baje de nuevo a tierra firme para darte un abrazo y ofrecerte un lugar donde cobijarte. Yo he tenido eso durante muchos años y he aprendido de ello para poder ponerlo en práctica ahora. No sé si mi altura te permitirá tener un hombro donde llorar, pero mis largos brazos pueden rodear tu cuerpo cuando quieras; mis dedos enjugar tus lágrimas y mis labios besar tus mejillas; mi voz y mi mente aconsejarte desde el corazón para que todos los días escuches de nuevo el sonido de la máquina de coser, el sonido de la televisión encendida y la radio de fondo. Estaré ahí para que día a día levantes la persiana junto a mí, hasta que un día puedas hacerlo tú sola, hasta que puedas ver que no hay nadie tras los barrotes y recuerdes únicamente lo bueno que ha dejado en ti y aprendas a valorar lo buena que eres. Te quiso mucho y ahora me toca a mí, a tu familia y a todos tus amigos, recordarte día a día que te queremos, para así, cuando no estemos, no tengas duda alguna de que te mereces lo mejor y que con la cabeza alta se ve un horizonte más amplio. Te quiero mucho.

domingo, 9 de febrero de 2014

Hablando con mi madre sobre mi nacimiento, me comentó que antes de mí tuvo un aborto. Un pequeño bebé estaba creciendo en su interior, y con apenas un mes su breve existencia se desvaneció. Que mi madre tuvo un aborto ya lo sabía, era algo que mi hermana me había gritado durante una pelea en nuestra infancia: “no deberías estar aquí” o algo así. Fue algo que me marcó desde que me explicó el por qué.
Hoy te escribo a ti, hermano, o hermana. Voy a suponer que eras un varón, no sé por qué, pero habita en mí ese presentimiento.
Mi infancia no fue y fue a ratos lo más feliz de mi vida, y durante esos años pensé mucho en ti. Te olvidé y esta noche te recuerdo. Si hubieses nacido te hubiesen llamado Juan Antonio seguro, y ese hecho me lleva a pensar, no sé si equivocadamente o no, que no soy más que un usurpador y estoy ocupando tu vida. Ahora podrías tener dieciocho, diecinueve o quizás veinte años, tendrías un coche y conducirías, suponiendo que te hubiesen dado la misma educación que a mí, con precaución pero disfrutando de cada metro de la calzada, con el aire peinando tu cabello y quizás con alguien que ocupase tu asiento de copiloto; saldrías de fiesta; tendrías miles de amigos y serías feliz recordando las peleas con Marien, seguro que te hubieses peleado con ella tanto o más que yo.

En los momentos más infelices de mi amarga pubertad pienso que estoy desaprovechando tu vida, que no debería estar aquí. Pero si te das cuenta uso verbos condicionales en este escrito. Todo son suposiciones, ya que el que está aquí, no sé si por suerte o por desgracia, soy yo. Tu muerte, no sé si decir tu muerte, ya que no llegaste a nacer, me ha permitido llegar hasta aquí, tener los amigos que tengo y una familia que me encantaría que conocieses, tu familia. Hubieses sido muy feliz y es por eso que cada vez que sonrío, una décima parte de mi sonrisa te corresponde. El resto a la abuela. Te envidio ahora mismo, porque al escribir abuela me he dado cuenta de que puede que estés con ella ahora, que te esté dando el amor de la familia que nunca te vio nacer. Aprovéchalo. Mi abuela es el regalo que te ofrezco por darme tu vida y si lo piensas bien, yo mismo te acabo de regalar mi vida. Cuídala mucho, hermano.