sábado, 19 de abril de 2014

Empezaré diciendo que no sé qué me pasa. Que este no soy yo.
No sé qué me pasa. No puedo escribir como antes.
Desde hace unos meses he estado sufriendo muchos, muchísimos cambios, todos a mejor. Mi vida se está enderezando y no sé vivir bien. No sé vivir siendo feliz. Toda mi vida he tenido sentimientos negativos, sentimientos contradictorios, siempre que he tenido momentos buenos en mi vida me he dicho a mí mismo que algo malo iba a ocurrir. Ahora no. Ahora me siento optimista, sé trabajar con mis problemas, conozco mis defectos y mis virtudes y sé valorarlos.
No sé qué me pasa: me siento delante del papel pretendiendo escribir como siempre, escribir las cosas que me caracterizan como escritor y de la misma manera que siempre, pero no me sale. Siempre me he desahogado escribiendo sobre muerte, soledad… Sobre temas depresivos… Y ahora que mis circunstancias son otras, no sé sobre qué escribir.
Ser feliz está jodiendo lo único que me gustaba de mí.
No termino de ver la vida en color rosa, aún tengo esa mancha negra que es para mí mi escritura, pero esa mancha es demasiado pequeña ahora…
No sé si quiera por qué escribo esto… Considerémoslo una disculpa hacia quienes me leen y una disculpa hacia mí por lo que pueda escribir con estos sentimientos.
Bécquer decía: “cuando siento, no escribo”. Pues a mí me pasa lo contrario: cuando siento, en este caso, cuando me siento mal, escribo. Y me siento mal por no sentirme mal y no escribir.

No sé… Es complicado.

lunes, 14 de abril de 2014

Encarna Ruiz López
C.P 16913
Calle de la injusticia número 76
Mi corazón, Murcia, España.
Abuela,
Miro tu retrato, tu reloj de pulsera, es lo único que me queda de ti. Nadie se imagina las horas que he pasado intentando detenerlo, darle cuerda hacia atrás. Pero no se puede recuperar el tiempo perdido, y el tiempo que paso intentando frenarlo es tiempo que paso pensando en ti. Y me da fuerzas para volver a intentarlo, intentar parar el tiempo, volver a aquellos días en los que me dormía sobre tu regazo, días de alegría e inocencia. Volver a aquellos días en los que de sol a sol jugábamos juntos y de luna a luna me arropabas. Queridísima y amada abuela, estoy a punto de caer. No estoy hecho para mí, necesito compartirme contigo.
El techo de mi cuarto me cuenta tantas historias en la oscuridad... ¿En eso has quedado? Tú, que has sido lo más grande del mundo y el mundo se te ha quedado pequeño. Cuando te miro comprendo entera la vida, pero no la mía. Te pido egoístamente que te levantes y vuelvas a mí, enséñame de nuevo a sonreír, abuela.
Visito tu casa y abrazo tu lápida, pero el mármol, por más tiempo que roce mis mejillas húmedas, no da el calor de tus abrazos y no consuela, no me defiende cuando tengo problemas, ni llena el vacío que dejaste en mí. Vacío lleno de recuerdos incompletos por una memoria que empieza a fenecer. ¿Por qué, por qué tú? A veces te odio por irte sin decir nada y a veces te adoro por esperarme. Recuerdo hablarte y besarte en la cama del hospital. Me pregunto si me escuchaste y si harás lo que te dije. ¿Me esperarás? Allá donde vayas y el tiempo que haga falta, ¿lo harás? ¿Supiste que te quise? Me arrepiento de tantas cosas, abuela... Daría mi vida porque volvieses un minuto, sólo pido un minuto, para que pudiese decirte que eres lo mejor que ha existido, que de nada sirven los estudios y que los dejaría ahora mismo si supiese que me podría parecer lo más mínimo a ti, que te quiero, que te quiero, ¡QUE TE QUIERO! Y abrazarte y no dejarte escapar, y si te vas te acompaño, diremos a todos que vamos a comprar el pan o al parque, como hacíamos antaño con esa complicidad que nos caracterizaba. Abuela, te lo imploro... ¡Ven a mí! Sal de mis sueños y ven a mí. Deja lo que estés haciendo, donde quiera que estés. Tu nieto va de camino a tocarte el timbre mil veces, aunque la puerta esté abierta; tu nieto va a buscarte donde quiera que estés y va a darte un abrazo. E, incluso, si estás de espaldas sabrás quién soy, porque con ese abrazo te intentaré transmitir todas las palabras que escribir no puedo; todas las imágenes que aún tengo de ti. No las quiero, ¡llévatelas! Vamos a crear unas nuevas juntos.
Eres la mujer más fuerte que jamás he conocido. La más pícara, la más luchadora, la más leal e inteligente. La misma mujer que aprendió a leer sola y devoraba todos los libros que su nieto le traía. La mujer que sin necesitar título alguno podría haber pagado las pensiones de toda España y la misma mujer que tenía tiempo para hacer felices a todos. Una gran mujer me dijo una vez: "tu hermana vive en Murcia, por lo que no la ves todos los días, pero sabes que está ahí. Igual pasa con la gente que muere, tienes que pensar que viven muy lejos, y que, mientras estén en tu pensamiento, como lo está tu hermana, seguirán ocupando un lugar entre los vivos en tu mente y en tu corazón". Tomé aquello como una verdad y me aferré a ella como única escapatoria. Ojalá que fuese cierto que sólo vives lejos y no que ya no estás. Si vives lejos, por favor, dame tu dirección, déjame visitarte aunque tenga que ir andando de un lado al otro del mundo. Mientras tanto seguiré mandándote cartas donde siempre. Si, por el contrario, no estás aquí físicamente, leeré esto noche tras noche, con la esperanza de que llegue a la parte de mi corazón donde tú estás y vuelvas, aunque sea a darme un beso de buenas noches cuando esté dormido.

Tu nieto, el pequeño al que hiciste tan grande.