jueves, 19 de enero de 2012


En el verano de 2009, estaba, como habitualmente, pasando el verano en mi casa del campo.
Una tarde, fuimos a pasar el rato a la piscina de mi prima con unos familiares de esta, entre ellos, mi gran amiga María del Mar. Ya entrada la tarde, decidimos gastar bromas telefónicas por pasar el rato y llamamos a María, amiga de María del Mar, que mas tarde, sería la persona en la cual giraría mi vida durante los siguientes dos años.
[…]
- ¡Por Dios! ¡Deja de gritar pesada, me estas haciendo la oreja polvo!
- ¡Nene! ¡Me callo si me da la gana!- empezaba a cansarme de ella y no sabía que ese temperamento suyo sería algo que más tarde me haría enloquecer.-
- ¿Si? ¡VETE A LA MIERDA!- Concluí colgando el teléfono y dejándola con las ganas  de soltar alguna de sus burradas por la boca.-
Acto seguido, María del Mar y yo fuimos a su ordenador portátil donde ella, me enseño una foto que me hizo tragarme el orgullo y llamarla para pedir disculpas. Quizá no fuese la chica perfecta, pero, hasta aquel momento no había sentido nada como esto y necesitaba aclarar mi mente.
- Oye, soy el de antes… Reconozco que me he pasado un poco… Esto… Lo siento…
- No pasa nada.
- ¿De verdad? Pues mira que bi…
- ¡Já, subnormal!- gritó de nuevo colgando esta vez ella el teléfono.-
Después de días entablamos una agradable amistad y nos mantuvimos en contacto día tras día durante un largo año, me gustaba mucho, asíque decidí ir a verla un 26 de Junio.
Ya en el pueblo mi prima, que me acompañaba, y yo, fuimos a casa de María del Mar a recogerla para ir a darle a María una sorpresa de la cual no sabía nada.
En el portal de María me escondí mientras María del Mar tocaba el timbre, María se asomó a la ventana tras escuchar los gritos de María del Mar diciendo: “María, sal, tengo una sorpresa para ti”. María se asomó por la ventana y no vio nada en el portal hasta que yo asomé tímidamente la cabeza hacia atrás, no se le ocurrió otra cosa que decir al verme que: “¡Hijos de puta!, ¡Maricones!, ¡No puede ser!”. Repitiendo esto bajando las escaleras de un segundo piso de cuatro en cuatro con las lagrimas en los ojos. Salí corriendo por la carretera, por joder, y ella corrió detrás de mí hasta alcanzarme y abrazarme como nadie nunca lo había hecho.
María del Mar y mi prima fueron a llamar a una amiga a su casa y yo subí con María a su casa, donde no había nadie más que nosotros. Me enseño su casa aún sobresaltada y me dio mis regalos de cumpleaños, que había sido cuatro días atrás, una pulsera; marrón que aún conservo, un corazón de peluche; rosa y rojo en el que ponía “Love” que aún, si no lo ha tirado, estará en su casa, ya que me olvide los regalos en casa de sus abuelos… Y una carta; que no abrí por vergüenza y no dejo de arrepentirme cada día por no saber lo que ponía escrito, aunque María me dijo algo de su contenido, me hubiese gustado leerla… Y el último regalo, el que más recuerdo, el que más va a durar y el que no se me va a olvidar en la vida: estando en su casa me dijo que me tapase los ojos que tenía que darme un último regalo, hice caso a su petición y la dejé cubrirme los ojos con sus manos, me besó. Era algo que no tenía previsto, me pilló desprevenido y mi reacción fue agachar la cabeza y sonrojarme como un idiota. Salimos por el pueblo cogidos de la mano hasta un parque donde estuvimos besándonos sentados en la acera, apoyados en la pared bajo la atenta mirada de una señora que miraba desde su ventana, como si no supiese que la estaba viendo… Le grité: “SEÑORA, AMAR EN TIEMPOS REVUELTOS YA HA EMPEZADO”. Me hizo caso omiso y siguió observando hasta que nos cansamos y nos fuimos más arriba a seguir con el tema.
Volvimos a la casa de María, ya que, tenía que ducharse y ponerse guapa para ir a cenar conmigo y más gente. Esta vez la suerte no estaba conmigo, no estábamos solos en la casa, estaba su madre y su hermano, pero no fue nada de otro mundo, María me había presentado a toda su familia durante la tarde y ya no me asustaba con nada…
- ¿Bueno y que tal los estudios?
- Bien bien, casi todo notables.
- Anda…
Definitivamente y tras la larga espera, ella salió de la ducha más guapa de lo que podía esperar.
Esa noche cenamos en un Kebab y estuvimos en un parque riendo y pasando el rato… Me manché la camisa nueva con salsa de yogurt, no era mi culpa, bueno… En parte si, pero era la primera vez que comía Kebabs y no cuenta.
Fuimos a la fiesta después de cenar y ella y yo nos apartamos del grupo para ir a un montecito en el cual nuestra amor quedo más que demostrado. Bajo la tenue luz de las estrellas, con música de una banda cutre de bajo presupuesto tocando de fondo y cohetes iluminando el cielo como el latido de mi corazón en ese momento. Nos besamos de nuevo, abrazados, apoyados en una roca le dije que la quería y ella me respondió: “No más de lo que te quiero yo”.
Dos días después nos peleamos porque ella, me estaba utilizando para darle celos a un idiota del que está colada y no pudo olvidar. Estuvimos sin hablarnos ocho largos meses, 243 días en los que ni uno deje de pensar en ella… Lo pasé mal, muy mal pero, para eso están los amigos de verdad, los que están ahí cuando lo necesitas, los que arrastrarían a quien fuese por que te sintieses mejor, los que harían cualquier estupidez por ver una sonrisa iluminarte la cara. Yo tengo amigos así, por suerte, los mejores del mundo y los que nunca me van a fallar: Marta, María del Mar y Yoli. Las quiero más que a nada y no las cambiaría ni por todo el oro del mundo.
Pase una semana del siguiente verano en la playa donde tras mucho pensar, me tragué mi orgullo y decidí enviarle un mensaje: “Estoy en la playa, pasa a recogerme a esta dirección si quieres hablar”. Pensé que estaría preparado para ser amigos de nuevo, que sabría controlarme y que no ocurriría nada, pero eso, para mi disgusto, no fue así… Vino y nos fuimos juntos a la playa a caminar descalzos sobre la arena. Recorrimos el paseo entero y nos paramos a descansar de todo tumbados sobre la arena, con la luna como testigo y las olas como vigía.
Fuimos a tomar un helado y volviendo al piso a las dos de la madrugada vimos a mucha gente en la orilla de la playa rodeando algo, estaban ahí la policía, la ambulancia y vecinas cotorras, muchas vecinas cotorras. Asustados por si había pasado algo nos asomamos apartando a codazos a las ancianas que respondían con pellizcos, y allí estaba, un hombre tirado en la arena, con un bañador de pata negro, una barriga prominente, calvo, muerto. Un poco asustados, de vuelta al piso, nos besamos en cada esquina hasta el portal de mi tío que nos observaba desde arriba para luego, en la mañana, restregarme lo que hacia con las “nenicas”.  Sí, se lo dijo a mi madre, que ya nos había visto besándonos la primera vez desde el retrovisor del coche… Ahora no me dejan ir a verla, pero, seguimos en contacto.


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